martes, 12 de febrero de 2013


Reseña



en esta antología podremos disfrutar de gran parte de las mejores leyendas y mitos de distintas partes del mundo.

esta obra literaria solo pudo ser creada en su gran esplendor por los dedicados alumnos Jennifer María Mendoza Zarate, María Fernanda Camacho, Carlos Meneses Lopéz, Diana Martines Ibarra y Carmen Mata Gallegos,  que después de un arduo trabajo han creado esta antología para la dicha de todos los lectores

el tema central de la antología son las historias, leyendas y mitos que surcan el mundo, colocadas aquí con grandes criterios como su relevancia y fama.

una obra recomendada para todas las edades y mentalidades, siéntese a disfrutar de un gratificante rato de lectura con esta gran antologia







Prologo
Desde hace cientos de años, el hombre a creído en seres que lo han atemorizado, que hasta se creía que existía, incluso hay gente que afirmaba haber sido uno de ellos, lo cual daba temor e inseguridad
a aquellas personas de esa época porque pensaban que era obra del
demonio.
En esta antología, recopilamos yo, junto con mis compañeros,
los mitos y leyendas que atemorizaban a aquellas personas, como la historia
de las apariciones del diablo o los vampiros, en fin,
muchas otras historias, que de seguro te pondrán los pelos de punta,
que no podrás ni dormir del susto.
Ahora toma asiento, deja una vela encendida y apaga todas las
luces, y disfruta de los mas increíbles y terroríficos cuentos de
terror, que hacían temblar a las personas de las antiguas épocas.
Ah, y a propósito te recomiendo que antes de leerlo, tengas a la
mano el numero telefónico de un psicólogo o de un centro de
rehabilitación terapéutica, porque te aseguro que no vivirás tan
cómodamente como antes.














EL MITO DEL PETIRROJO.




Era en el tiempo en que Nuestro Señor creó no sólo el cielo y la tierra, sino también todos los animales y plantas, a los cuales dio nombre al mismo tiempo.


De aquella época podrían contarse muchas historias, y si todas se conocieran se nos aclararían muchas cosas del mundo, que ahora no podemos comprender.

Sucedió un día que hallándose Nuestro Señor en el Paraíso, pintando los pájaros, se le agotaron los colores de la paleta, de modo que el jilguero hubiese quedado incoloro de no darse la casualidad de que el buen Dios no había limpiado aún todos sus pinceles.


Fue también entonces cuando Dios dotó al asno de unas largas orejas, por su dificultad en retener su nombre. Lo olvidó apenas hubo dado unos pasos por las vegas del Paraíso, y tres veces se vio obligado a volver a preguntar cuál era su nombre. Así es que Dios, un poquito impaciente, lo tomó por ambas orejas, y le dijo:

-Tu nombre es: burro, burro, burro.


Y mientras así hablaba fue estirando las orejas del asno, de modo que estas fueron creciendo a fin de que oyera mejor y no olvidase lo que se le decía.

Ese mismo día tuvo que imponer un castigo a la abeja. Apenas fue creada, esta comenzó a acumular miel. Y cuando el hombre y los animales percibieron su aroma delicado acudieron para probarla. Pero la abeja quiso guardarla toda para sí y echaba a todos los que se acercaban al panal, a fuerza de picarles con su venenoso aguijón. Viéndolo Dios, llamó inmediatamente a la abeja para imponerle un castigo.


- Te he dotado de la facultad de acumular miel -dijo Nuestro Señor-, que es el producto más dulce de la creación; pero no te he concedido el derecho de ser dura con tus prójimos. Así, pues, no olvides que toda abeja, que pique a alguien que quiera probar su miel, expiará con la vida la picadura.



Sí; esto sucedió el día en que el grillo se tornó ciego y la hormiga perdió sus alitas. ¡Sucedieron tantas cosas curiosas aquel día!



Dios lo pasa sentado, majestuoso y amable en su trono, crea que te crea, animándolo todo con su halito, y hacia el final de la tarde se le ocurrió crear todavía un pequeño pajarillo gris.


-¡Te llamas petirrojo! - dijo Dios al pajarillo, cuando lo tuvo terminado. Y colocándole sobre la palma de la mano, lo dejó volar.


Y cuando el pajarillo hubo revoloteado durante un rato, contemplando la hermosa tierra donde tenía que vivir, le entraron ganas de contemplarse a sí mismo. Entonces observó que era completamente gris, y su pecho, por consiguiente, del mismo color que el resto de su cuerpo. El petirrojo se volvía y revolvía, mirándose en el agua, pero en vano: ni una sola pluma colorada descubrió en sí mismo. Y el pajarillo volvió presuroso junto a Nuestro Señor.



Dios permanecía sentado, bondadoso y amable, en su trono. De sus manos se desprendían mariposas que revoloteaban en torno a su cabeza, las palomas gorjeaban en sus hombros y en torno suyo brotaban de la tierra rosas, azucenas y margaritas.



El corazón del pajarillo palpitó violentamente, lleno de miedo, pero, trazando airosos círculos, se fue acercando más y más a Dios, hasta que se posó en su mano.



Entonces el Padre celestial inquirió qué deseaba, Y el pajarillo contestó:

-Quería preguntarte una cosa.
-¿Qué, deseas saber?
-¿Por que, llamarme petirrojo si desde el pico a la punta de la cola soy completamente gris? ¿Por que, llamarme petirrojo si no tengo la menor mancha roja en mi cuerpo?

Y el pajarillo, con sus grandes ojos negros y suplicantes, miró al Señor, moviendo la cabecita de un lado para otro. En torno suyo veía faisanes de purpúreo plumaje salpicado ligeramente de oro, papagayos con tupidas gorgueras rojas, gallos con crestas encarnadas, mariposas, peces de colores y rosas que surgían por doquier.

Y pensaba el pajarillo:
-¡Me falta tan poco, siquiera fuese una gotita de color en el pecho para convertirme en un hermoso pájaro y con aspecto adecuado al nombre! ¿Por que, he de llamarme petirrojo si soy completamente gris?
Una vez hubo hablado así, el pajarillo esperó a que el buen Dios le dijera:
- Ay, amiguito, advierto que he olvidado pintar de rojo las plumas de tu pecho; espera, que esto es cosa de un momento.

Pero Nuestro Señor se limitó a sonreír amablemente, y dijo:
- Te he llamado petirrojo, y petirrojo te llamarás, pero tú mismo tienes que proceder a ganarte las plumas rojas del pecho.

Y el buen Dios alzó la mano y nuevamente lo envió al mundo.
El pajarillo voló pensativo por el Paraíso. ¿Cómo iba, un pajarillo tan pequeño como él, a ganarse las plumas encarnadas?

De lo único de que se vio capaz fue de elegir su nido en un zarzal. Entre las espinas del tupido arbusto edificó su nido. Parecía esperar que una hoja de rosa se adhiriera a su cuello y le cediera su color.


Había transcurrido un tiempo infinitamente largo desde aquel día, que fue el más fausto de todos los días de la Tierra. Desde entonces hombres y animales abandonaron el Paraíso, esparciéndose por el mundo. Y los hombres habían adelantado de tal modo que sabían labrar la tierra y navegar por los mares; fabricaban vestidos y objetos de adorno y hacía tiempo que habían aprendido a edificar amplios templos y grandes ciudades como Tebas, Roma y Jerusalén.



Y amaneció un nuevo día en que no se olvidara nunca en la historia del mundo. En la mañana de aquel día se hallaba sentado el petirrojo en una colina pelada, en las cercanías de los muros de la ciudad de Jerusalén, divirtiendo con su canto a sus pequeñuelos, que descansaban en su nido entre el bajo matorral.



El petirrojo narraba a sus pequeñuelos lo que había sucedido el día de la creación y les hablaba de la distribución de nombres, como venía cantándolo desde entonces cada petirrojo a sus pequeños.

-Ya lo veis- terminó diciendo tristemente -, tantos años transcurridos desde el día de la creación, tantas rosas marchitadas, tantos pajarillos salidos del huevo, tantos, que nadie podría contarlos, y, sin embargo, los petirrojos siguen siendo grises. Todavía no han conseguido ganarse la manchita colorada.
Los pequeñuelos abrieron desmesuradamente sus piquitos y preguntaron si sus antepasados no se habían esforzado en realizar algún hecho heroico para conseguir la conquista del precioso color encarnado.

- Todos hemos hecho lo que hemos podido - cantó el pajarillo -, pero ninguno de nosotros ha tenido éxito alguno.
Apenas el primer petirrojo advirtió a otro pajarillo, que era su fiel retrato, empezó a amarle con todo el ardor que sentía en su pecho.
-¡Ah! - pensé -. Ahora lo comprendo todo. El buen Dios cree que debo amar con tal ardor que la llama amorosa sea capaz de teñir el plumaje de mi pecho. Pero no lo consiguió, como después, de él tampoco lo consiguió ninguno, ni tampoco vosotros lo conseguiréis.

Los menudos pajarillos gorjearon afligidos, al pensar que jamás el color rojo teñiría las plumitas de su pecho.
- También habíamos confiado en nuestro canto - relató el viejo pajarillo en largos trinos y sostenidos gorjeos.
Ya el primer petirrojo cantaba tan bien, que su pecho se llenaba de entusiasmo y esperanza.
-¡Ah! - pensó - entusiasta- Las plumas de mí pecho se teñirán por el ardor de mi canto entusiasta.
Pero no lo consiguió, como ninguno lo ha conseguido, ni tampoco vosotros lo conseguiréis.

De nuevo fluyó un gorjeo quejumbroso de las pequeñas gargantas medio peladas de los jóvenes pajarillos.
Confiamos, además, en nuestro atrevimiento y en nuestra valentía continuó el pájaro -.
Ya el primer petirrojo luchó como un valiente con otros pájaros y su pecho ardía de entusiasmo belicoso. Las plumas de su pecho se tiñeron en el ardor de la pelea; pero no lo consiguió después ninguno, ni vosotros lo conseguiréis.

Los pequeñuelos gorjearon llenos de confianza que, a pesar de todo, tratarían de alcanzar el anhelado premio; pero el pájaro les respondió afligido que aquello era imposible. ¿Cómo iban a alcanzarlo, si otros antepasados famosos no habían podido conseguirlo? ¿Qué, mas podrían hacer ellos que amar, cantar y batallar? ¿Qué, iban a...?

El pájaro no acabó su frase, pues por la puerta de Jerusalén se acercaba una multitud hacia la colina donde se hallaba el nido de los pájaros.

Se aproximaban caballeros en briosos corceles, guerreros con largas lanzas, ayudantes del verdugo con clavos y martillos, sacerdotes y jueces avanzaban con paso solemne, mujeres que sollozaban y, tras todos ellos, una masa de pueblo bajo y salvaje, de vagabundos repugnantes que bailaban y chillaban.


El pajarillo gris se hallaba tímido, al borde de su nido. A cada momento temía que aplastaran el débil zarzal en que se refugiaba y que matarán a sus pequeñuelos.

-Tened cuidado - gorjeó para prevenir a los inermes pajarillos. -Apretaos unos contra otros y no rechistéis. Cuidado, que viene un caballo que va a pasar por encima de nosotros. !Ahí! llega un soldado con sandalias claveteadas. Por allí avanza toda la horda salvaje.
De pronto, el pajarillo detuvo sus exclamaciones, se quedó mudo e inmóvil, olvidando casi el peligro en que, se hallaban y, finalmente, se metió en el nido y extendió las alitas sobre los pequeñuelos.
-¡No, eso es demasiado terrible!- gorjeó-. Quiero evitaros esa visión. ¡Allí! van a ser crucificados tres malhechores.

Y extendió sus alitas para que los pequeñuelos no pudieran verlo. Sólo percibieron atronadores martillazos, lamentos y el barullo del populacho furibundo.
El petirrojo siguió con la vista el horrible espectáculo, y sus ojillos se dilataron por el espanto. No podía apartar su vista de los tres desdichados.

-Cuán crueles son los hombres! - gorjeó al cabo de un rato -. No les basta clavar en la cruz a esos tres seres, sino que, además, le han puesto a uno de ellos corona de espinas. Veo claramente manar sangre de su frente, herida por la corona. Y ese hombre es tan bello y mira tan dulcemente, que todo el mundo debiera amarle. A la vista de sus martirios parece que me traspasan el corazón con una flecha.

La pena del pajarillo por el ajusticiado que llevaba la corona de espinas fue creciendo por momentos.
-Si yo fuera hermano del águila - pensó -arrancaría los clavos que perforan sus manos y con mis fuertes garras ahuyentaría a todos sus verdugos.

El petirrojo vio como la sangre goteaba de la frente del crucificado, y no pudo permanecer más tiempo quieto.

- Aunque soy pequeño y débil, es preciso que haga algo por ese pobre mártir - gorjeó para sí.
Y abandonó su nido y voló por los aires. Trazando amplios círculos dio varias vueltas en torno al crucificado sin acercarse a él, pues era un pájaro tan tímido que nunca había osado aproximarse a las personas. Pero, poco a poco, fue acercándose hasta llegar a la cruz y con su menudo piquito sacó una de las espinas de la frente del crucificado.
Y mientras esto hacía, salpicó una gota de sangre el pecho del pajarillo, tiñendo de color rojo el delicado plumaje de su garganta.

Y el crucificado abrió los labios y susurró al pajarillo:
- En premio a tu piedad has merecido lo que toda tu estirpe viene anhelando desde el día de la creación.
Cuando el pajarillo volvió a su nido, le gorjearon sus pequeños:
-¡Tu pecho es rojo, las plumas de tu garganta son más rojas que las rosas!
-Esto no es más que una gota de sangre de la frente de ese desgraciado. Desaparecerá en cuanto me bañe en un arroyuelo o en una fuente -gorjeó el pajarillo por toda respuesta.
Pero por más que el pajarillo se sumergía en el agua, el color no se borró de su pecho, y cuando crecieron sus pequeñuelos, brilló la mancha, roja como la sangre, en las plumitas de sus pechos, tal como brilla aún hoy día en el pecho de todo petirrojo.
































EL JINETE SIN CABEZA













Y el silencioso crepúsculo se arrebujaba entre la dulce meditación en que la llanura solía extasiarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la quietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de garzas van copiando sus finísimos plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas. Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento arrecuesta sus erizados cabellos.
Es verano. Y toda la llanura está reseca y solitaria, con aquella triste melancolía. Ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá en el corredor de la Hacienda, el Viejo Patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocanadas de humo de pipa.
Son pasadas las seis de la tarde; este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales, el ganado espera entrar en reposo y de cuando en cuando óyense los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño. La peonada se ha concentrado en la cocina y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida saborean con apetito la merienda del día.
Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el allegro grandioso.
Todo el llano se puebla de sombras y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda los candiles lanzan su luz cobriza. Patricia, la hija mayor del Patrón, se ha acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues Rosendo, uno de los sabaneros acababa de contar, una terron'tica narración, de las que suelen contarle cuando termina el trajín.
-¿Qué te pasa hija mía? Preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquella seriedad de hombre respetable.
-Vieras papá,, que Rosendo estaba contando en la cocina que aquí asustan,, que llega tocias las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza.
Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote.
-No temas hijita, son supersticiones; son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo.
-Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto?
-Yo te lo contaré, escúchame.
-Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela que en aquellos dorados tiempos cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, pe celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del Niño Dios, por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío. Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del Patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por lo cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmel ita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que había entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado.
José, sabanero dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a "ispiar" al cruce del camino de la plazuela, y así saciar su criminal y cruel instinto.
En efecto Luciano sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José sin masticar palabra alguna se lanzó encima del desafortunado muchacho descargando su arma criminal y cortándole la cabeza.
El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero. Por eso hija mía cuando en las noches de luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha el trotar lejano de un caballo que viene acercándose a la hacienda, luego se oye que desmonta alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato vuelve a montar y se aleja por el llano.
Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza, es el mismo que en otros tiempos fue víctima de aquella tragedia pasionaria; es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda.
-Ya vez, hijita, esta es la leyenda que Rosendo quiso contarles a los compañeros. Ahora, anda tranquila a dormir, que yo te seguiré, y olvida esa superstición, y que Dios te acompañe.
Patricia después de oir aquel relato, dio un beso a su padre y paso a paso sumida entre un profundo silencio, fue en busca del descanso. En el zaguán sillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra, rumiaba sus penas en las dolientes notas de una canción, triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de los llanos a ser posadas en las copas florecidas de los árboles centenarios, canción que hace llegar hasta el blando lecho, donde duerme la amada mujer, de sus sueños.






























EL CHARRO NEGRO










Adela era una joven despreocupada para su época, mientras las mujeres permanecían en casa atendiendo a los hombres de su familia, ella prefería la vida sin compromisos, vagaba ya entrada la noche en quien sabe donde, a pesar de la preocupación de sus padres.
Una de tantas noches, se encontró en su camino con un hombre alto, de aspecto elegante, de impecable traje negro compuesto por una chaqueta corta, una camisa, un pantalón ajustado y un sombrero de ala ancha. Circulaba a lomo de un caballo enorme y de color azabache. Que impresionó a la joven al instante por su gran porte, mirada elocuente y palabras cálidas.
Tras una amable conversación Adela aceptó aligerar el viaje y consintió a montar el caballo. En el justo instante que ella estuvo en el lomo del animal, este creció el doble de su tamaño, ardiendo en llamas, le impidió el escape, al escuchar los gritos de espanto de la joven, algunos salieron en su auxilio, solo para darse cuenta de que ella era ya propiedad del Diablo, que en forma de charro negro cabalgaba todas las noches por los alrededores de la Ciudad de México en busca de un alma incauta que llevar a sus dominios. Por ella no pudo hacerse nada, solo la vieron arder en llamas sobre el caballo, ahogándose en sus propios gritos de dolor y desesperación.
Nada malo puede decirse del Charro Negro si el viajero se limita a permitir su compañía hacia su lugar de residencia; si se acerca el amanecer, se despedirá cortésmente y se marchará lentamente, al igual que si el sendero que recorre lleva a las cercanías de una iglesia.









LA PASCUALITA













Iván Ramoz Guzmán Taxista: Estas calles son muy visitadas por la gente aquí en chihuahua, tiene mucha tradición por la leyenda de la Pascualina muchos le tienen miedo y otros le tienen respeto.
Cuenta la leyenda que se mueve del lugar, que en la noche sale a caminar prende las luces en fin hace muchas cosas raras aquí en el establecimiento, me ha tocado pasar por las madrugadas y el maniquí no esta en el establecimiento o esta volteado para otros lados donde lo dejan en las noches.
-Es muy real el maniquí las facciones mucha gente asegura que sus manos se le ve el bello, que le sudan las manos. Es más realidad queleyenda la verdad tiene una mirada que te le quedas mirando y te sigue con la mirada.
Estos comentarios son recurrentes entre las historias de los chihuahuenses, una maniquí de nombre Pascualina que pareciera cobrar vida por las noches asustando a todo el que se acerque a este sitio, un maniquí que dicen no es como cualquier otro pues hay quien asegura que no es una figura de pasta sino un cadáver embalsamado que por las noches cambia de posición y mueve su rostro.
El equipo de investigación extranormal busco al famoso maniquí para comprobar todo lo que se dice de el o mejor dicho de ella, pues los chihuahuenses la han adoptado como un personaje mas de la región y la llaman Pascualina. Pascualina obtuvo su nombre por la antigua dueña de la tienda de la cual se cuentan muchas leyendas. Se cuenta que desde que su niña estaba chiquita la vestía con sus sedas con los encajes la niña vivió aquí entonces para ella lo mejor seria haberla dejado en el aparador de por vida, se dice que lo que le hizo Pascualina la embalsamo, la momifico y luego la mando a recubrir y la puso en su aparador. Pascualita era la mujer que hacia todos los vestidos de novia para la ciudad de Chihuahua y se volvió muy famosa en la época se empezó a rumorar de todas las formas en las que murió y de la forma en la que daba suerte a todas las novias que se casaban aquí a pesar de la curiosidad de propios y extraños nadie puede acercarse a Pascualina mucho menos presenciar el momento en el que se le cambia al maniquí el vestido de novia.
Extranormal por primera vez logro acercarse a Pascualina más que nadie.
La mirada es muy normal e incluso puede llegar a intimidar a cualquiera y mas a las personas que se acercan a la tienda por las noches aquí también pueden ver el detalle de las manos parecen ser reales de un ser humano cada una de las líneas de sus manos de los dedos e incluso dicen que se alcanzan apreciar bellitos, los nudillos, hay personas que se acercan a verlas pero no tanto.
Hay muchísima gente que sueña con ella, que la han visto que suda, que las voltea a ver que respira que han visto que mueve la boca e incluso llorar.
Pascualina también ha sido tomada por algunos chihuahuenses como una imagen milagrosa, pues se cuenta que también ha librado de la muerte algunas personas mismas que regresan agradecidas a la vitrina de la tienda de vestidos.
Curiosamente el extraño misticismos que irradia Pascualina atrae a las novias que están próximas a contraer nupcias para elegir un vestido.
Muchas novias en realidad ni seleccionan un vestido del surtido de la tienda, muchas quieren ponerse el vestido que trae ese día la Pascualita porque ese es el vestido que les va asegurar y garantizar una vida feliz en el matrimonio.
Un amuleto muy preciado que parece observar a la futuras esposas mientras eligen el vestido que las llenara de luz en uno de los días más felices de su vida.








EL FANTASMA DE LA MONJA











Cuando existieron personajes en esa época colonial inolvidable, cuando tenemos a la mano antiguos testimonios y se barajan nombres auténticos y acontecimientos, no puede decirse que se trata de un mito, una leyenda o una invención producto de las mentes de aquél siglo. Si acaso se adornan los hechos con giros literarios y sabrosos agregados para hacer más ameno un relato que por muy diversas causas ya tomó patente de leyenda. Con respecto a los nombres que en este cuento aparecen, tampoco se ha cambiado nada y si varían es porque en ese entonces se usaban de una manera diferente nombres, apellidos y blasones.
Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de monja de esa orden, veían colgada de uno de los arbolitos de durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardínes de las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro había y entonces ocurría aquello. Tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa noctural, veían a aquella novicia pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y sus pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia abajo.
Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y a las superioras, y cuando llegaba ya la abadesa o la madre tornera que era la más vieja y la más osada, ya aquella horrible visión se había esfumado.
Así, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgando del durazno fue motivo de espanto durante muchos años y de nada valieron rezos ni misas ni duras penitencias ni golpes de cilicio para que la visión macabra se alejara de la santa casa, llegando a decir en ese entonces en que aún no se hablaba ni se estudiaban estas cosas, que todo era una visión colectiva, un caso típico de histerismo provocado por el obligado encierro de las religiosas.
Más una cruel verdad se ocultaba en la fantasmal aparición de aquella monja ahorcada, colgada del durazno y se remontaba a muchos años antes, pues debe tenerse en cuenta que el Convento de la Concepción fue el primero en ser construído en la Capital de la Nueva España, (apenas 22 años después de consumada la Conquista y no debe confundirse convento de monjas-mujeres con monasterio de monjes-hombres), y por lo tanto el primero en recibir como novicias a hijas, familiares y conocidas de los conquistadores españoles.
Vivían pues en ese entonces en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala, precisamente en donde se ubicaba muchos años después una cantina, los hermanos Avila, que eran Gil, Alfonso y doña María a la que por oscuros motivos se inscribió en la historia como doña María de Alvarado.
Pues bien esta doña María que era bonita y de gran prestancia, se enamoró de un tal Arrutia, mestizo de humilde cuna y de incierto origen, quien viendo el profundo enamoramiento que había provocado en doña María trató de convertirla en su esposa para así ganar mujer, fortuna y linaje.
A tales amoríos se opusieron los hermanos Avila, sobre todo el llamado Alonso de Avila, quien llamando una tarde al irrespetuoso y altanero mestizo, le prohibió que anduviese en amoríos con su hermana.
-Nada podeís hacer si ella me ama -dijo cínicamente el tal Arrutia-, pues el corazón de vuestra hermana ha tiempo es mío; podéis oponeros cuanto queráis, que nada lograréis.
Molesto don Alonso de Avila se fue a su casa de la esquina antes dicha y que siglos después se llamara del Relox y Escalerillas respectivamente y habló con su hermano Gil a quien le contó lo sucedido. Gil pensó en matar en un duelo al bellaco que se enfrentaba a ellos, pero don Alonso pensando mejor las cosas, dijo que el tal sujeto era un mestizo despreciable que no podría medirse a espada contra ninguno de los dos y que mejor sería que le dieran un escarmiento. Pensando mejor las cosas decidieron reunir un buen monto de dinero y se lo ofrecieron al mestizo para que se largara para siempre de la capital de la Nueva España, pues con los dineros ofrecidos podría instalarse en otro sitio y poner un negocio lucrativo.
Cuéntase que el metizo aceptó y sin decir adiós a la mujer que había llegado a amarlo tan intensamente, se fue a Veracruz y de allí a otros lugares, dejando transcurrir los meses y dos años, tiempo durante el cual, la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos Avila, sus hermanos según dice la historia.
Finalmente, viendo tanto sufrir y llorar a la querida hermana, Gil y Alonso decidieron convencer a doña María para que entrara de novicia a un convento. Escogieron al de la Concepción y tras de reunir otra fuerte suma como dote, la fueron a enclaustrar diciéndole que el mestizo motivo de su amor y de sus cuitas jamás regresaría a su lado, pues sabían de buena fuente que había muerto.
Sin mucha voluntad doña María entró como novicia al citado convento, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia entre rezos, angelus y maitines. Por las noches, en la soledad tremenda de su celda se olvidaba de su amor a Dios, de su fe y de todo y sólo pensaba en aquel mestizo que la había sorbido hasta los tuétanos y sembrado de deseos su corazón.
Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era mucho más fuerte que su fe, que opacaba del todo a su religión, decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llegó a saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los hermanos Avila.
Cogió un cordón y lo trenzó con otro para hacerlo más fuerte, a pesar de que su cuerpo a causa de la pasión y los ayunos se había hecho frágil y pálido. Se hincó ante el crucificado a quien pidió perdón por no poder llegar a desposarse al profesar y se fue a la huerta del convento y a la fuente.
Ató la cuerda a una de las ramas del durazno y volvió a rezar pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer y al amado mestizo por abandonarlo en este mundo.
Se lanzó hacia abajo.... Sus pies golpearon el brocal de la fuente.
Y allí quedó basculando, balanceándose como un péndulo blanco, frágil, movido por el viento.
Al día siguiente la madre portera que fue a revisar los gruesos picaportes y herrajes de la puerta del convento, la vio colgando, muerta.
El cuerpo ya tieso de María de Alvarado fue bajado y sepultado ese misma tarde en el cementerio interior del convento y allí pareció terminar aquél drama amoroso.
Sin embargo, un mes después, una de las novicias vió la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que las superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de puesto el sol.
Tal parecía que un terrible sino, el más trágico perseguía a esta familia, vástagos los tres de doña Leonor Alvarado y de don Gil González Benavides, pues ahorcada doña María de Alvarado en la forma que antes queda dicha, sus dos hermanos Gil y Alonso de Avila se vieron envueltos en aquella conspiración o asonada encabezada por don Martín Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y descubierta esta conjura fueron encarcelados los hermanos Avila, juzgados sumariamente y sentenciados a muerte.
El 16 de julio de 1566 montados en cabalgaduras vergonzantes, humillados y vilipendiados, los dos hermanos Avila, Gil y Alonso fueron conducidos al patíbulo en donde fueron degollados. Por órdenes de la Real Audiencia y en mayor castigo a la osadía de los dos Avila, su casa fue destruída y en el solar que quedó se aró la tierra y se sembró con sal.










EL FANTASMA DE LA BASÍLICA DE GUADALUPE














Algunas personas que visitan la moderna Basílica de Guadalupe en las noches o mendigos que duermen en sus escalinatas cuentan haber visto a una mujer saliendo de la antigua Basílica de Guadalupe, portando una vela que sigue encendida a pesar de la lluvia o del viento, y caminando hasta la moderna Basílica donde entra atravesando las paredes. Algunos por curiosidad han entrado a la Basílica y la han visto dejar la vela en ofrenda, rezar y después desaparecer. Se rumora que es un alma en pena que cumple un mandato que no cumplió.